lunes, 24 de febrero de 2014

Un anfitrión especial

En búsqueda de nuevos destinos la adquisición, EL ZORRITO, se dispone a su primer gran desafío, 800 km en dirección Noreste. A tierras ruborizadas y sudorosas, de tesoros naturales en sus verdes selvas y caudalosos ríos.  La belleza de Corrientes, con su alegre chamamé y sangre gaucha nos esperaba.
La primera parada en territorio correntino la hicimos en la Ciudad de Mercedes, pero todavía faltaban dos horas de un complicado camino de tierra donde la lluvia deja secuelas. Esquivando piedras y pozos, y cruzando un puente de madera y acero llegamos al pueblo de Carlos Pellegrini, a la vera de la Laguna Iberá.
La “reserva” está formada por 1.3 millones de hectáreas de las cuales un 60% son privadas. En 1983 se formó la reserva provincial, en 2011  se delimitó y amplió,  pero aún sigue la puja para convertirlo en parque nacional. La discusión es mucha y las campanas se entremezclan y no dejan muy claro quién tiene razón. Preferimos unirnos a la voz “silenciosa” e indefensa de la naturaleza y que el tiempo de una solución a su preservación y la posibilidad de que cualquier habitante del planeta la visite.
Las lagunas dentro del sistema Iberá fueron formadas por cauces del río Paraná que con el paso del tiempo se fueron cerraron. Como esas viejas recomendaciones de lavarse el pelo con agua de lluvia para que quede brillante, acá pasa lo mismo. Sin filtraciones el secreto del éxito es la humedad y las lluvias de la región. En la selva cada ser vivo forma parte de un equilibrio perfecto. Leí por ahí que la lluvia muchas veces se evapora en el viaje hacia el suelo y mantiene pulverizado el ambiente y cada organismo que muere sirve de alimento a otros, entonces nada debe ser removido.

Una de las lagunas más conocidas y más grande es la Iberá. En sus alrededores la flora con alto contenido proteico toma vida y va formando esteros, camalotes y embalsados que simulan tierra firme.
La sorpresa fue infinita al darme cuenta de que no se trata netamente de un pantano, o quizá yo no sabía bien qué era un pantano. Unos pocos kilómetros antes de llegar el paisaje se pintó de colores vivos y cuando atravesamos el puente, tan irónicamente ruidoso, me envolvió un viento rasante y chapoteo de agua, de proporciones no imaginables por mí. En búsqueda de comparaciones, que no sé bien porque las hago, la laguna tan inmensa y en movimiento me recordó los lagos del sur. Esta vez cortados y pegados en la Mesopotamia.






Compañero fiel desde Nueva Zelanda



Nos quedamos en el camping municipal, de los mejores que he visto en Argentina. Creo que por lejos tiene la mejor vista, el atardecer mejor contemplado, el muelle y la playita. Eso sí, el agua solo para valientes porque hay que tener cuidado con los yacarés y las palometas.
Recorrimos en lancha los esteros, una vez a la mañana y otra a la tarde. En los dos recorridos pudimos ver vidas diferentes, el de madrugada nos llevó por el arroyo corrientes donde encontramos a muchos yacarés tomando sol. 
Ese día empezó medio raro. Primero perdimos la lancha, estando nuestra carpa a metros de la salida y habiéndonos levantado temprano para la ocasión. Por suerte uno de los muchachos nos acercó rápidamente con su lancha, a la fugitiva. Iniciado el paseo, al querer sacar una foto al primer yacaré,    la     cá...ma…ra     co…men…zó     a     a…pa…gar…se     des…pa…cito titilando el no deseado “low batery”. Tan tan tan inoportuno. Tenía delante los dos tipos de yacarés, el overo y el negro, de los tamaños que sea, y algunas veces a solo un metro de distancia. El enojo se fue disipando cuando comencé a disfrutar la libertad de dejar todo para los ojos.
La segunda salida fue al atardecer, del otro lado del puente. El paisaje cambió, no solo por ser un costado nuevo, sino porque era otro momento del día y el agua había subido. Los carpinchos y los yacarés no abundaban. Busqué esta vez resaltar las características de las plantas acuáticas, palmeras y embalsados. Encontré, camuflados, a algunos animales y a un carpincho siendo desparasitado por un picabuey sobre su lomo. 
Siempre me gustó ver las aves volando, hasta las palomas de la ciudad que tanto asco le da a muchos. Eso sí, de comer no les doy. Pero eso del avistaje de aves, ya la palabra me aburría, tanto como ir a pescar.
Empecé a poner atención en las que aparecían, me asombraron sus colores y cantos. Mientras el guía nos enseñaba sus simpáticos nombres, la mayoría de origen guaraní, y sus características, yo las iba buscando una a una. ¡Mi preferido es el Jacana! Machos si los hay, cuidan ellos mismos de los huevos. ¡La ternura del Federal! ¡El chajá con su peso pluma! ¡Ese lo conozco, es un tero! ¡El que me puede es la garcita azul, me encanta! ¡Ahhhh, creo que me gustan todas, quiero ver más!
De repente nos llama la atención:
-      Miren miren!!!. Está ave si es difícil de ver y es el único depredador del yacaré. Se come sus huevos.
Refiriéndose al Jabirú. Ave grandulona, llega a medir hasta el 1,4 m. Su potencial tamaño se expresa cuando abre las alas y para empezar a volar dicen que debe correr primero. Nos mantenía expectantes cuando osaba  un movimiento de alas, pero fue pura espuma, nunca decidió despegar.

A pie conocimos a los monos aulladores Carayá y entramos a los esteros alcanzando unas casitas  en altura que funcionan de miradores. Subirme me hizo sentir especial, como dentro de un documental de Natgeo, un lugar tranquilo y salvaje.





La garcita azul


El pintón Yabirú con collar rojo

Nacida para ser libre

Mientras tanto  en el camping, nuestra carpa ubicada detrás de un quincho con vista al muelle, casi una suite privada si no fuera por la presencia de dos anfitriones. 
La primera mañana desayunando en el muelle nos percatamos que cerca nuestro vagabundeaban yacarés. Muy curiosos, a medida que caminaba por el muelle me seguían el rastro.
-          ¡Es obvio te quería comer!
Puede ser, pero afortunadamente cuentan con alimento suficiente, suelen racionar sus movimientos comiendo aquello que pasa delante de sus narices y al no masticar, ingieren tamaños aptos a sus bocas para poder digerir. A estos particularmente les gustaba salir a tomar sol por la tarde acortando la distancia con el humano.

Al principio tuve miedo y renegué del momento que me busque soledad, pero después me ablande al conocerlos un poco más y ya los saludaba cuando salía de la carpa. ¡Fueron anfitriones de lujo! 


El coco está en la casa