miércoles, 18 de diciembre de 2013

Magia Blanca

Desde principio de año nos propusimos aprovechar los feriados largos para recorrer distintos puntos. 

¡Hecho el objetivo, a hacer los viajes!! ¡Hasta no caer del mapa no paramos!

Mientras nos encontramos en una etapa de construcción de proyectos destinaremos parte de nuestro sueldo en lo que más nos gusta. Los consumos innecesarios serán eliminados o en última instancia postergados.

Entonces, compramos los pasajes con muchísima anticipación y…Viajamos a Calafate, en Junio.

El tacto al llegar fue mezcla de viento intenso y frío. ¿Obvio, no?. “¿Podríamos disfrutarlo en invierno?”.

Lo primero a hacer era dejar las mochilas y probar encebolladamente conocer el pueblo. Pero al entrar al hostel me topé con algo que me cautivó. 
Generalmente me gusta salir lo más rápido posible, simplemente lo concibo como lugar para dormir y ansío la aventura cruzando la puerta. Frente a mí tenía la ventana de mis sueños, 180° y más de visual de la ciudad, con sus inamovibles cerros y el agua del lago argentino cortando el árido paisaje.
Me imagino viviendo en casas con jardín, una huerta y verde, mucho verde. Del interior no espero ni cuadros, ni muebles, solo quiero la VENTANA. De mil formas mutó en mi mente, pero existen algunos requisitos excluyentes: poder extenderme en su largo, su centro limpio y sin obstáculos, y que se pueda abrir de par en par.  Ahí sí pondría un sillón, esos para acostarse o algún otro, pero que no le dé la espalda. ¡Es la protagonista! Proyectando continuamente lo bien o mal que se siente la pacha, si nació una nueva planta o si cambiaron de look, el ritmo de la gente. Me gusta imaginarme historias.

Así fue como todas las mañanas y tardes, envueltos en el vapor del mate, nos, espectadores aficionados, esperábamos el amanecer o el atardecer.
Desayunamos y merendamos de noche, pero las efímeras horas de luz resultaron días de quimeras tangibles.

Queríamos conocer los glaciares y caminarlos pero la probabilidad era bajísima.A finales de mayo la caminata se suspende por lo riguroso del clima.

Navegamos el lago Argentino con intención de conocer los glaciares Upsala, Spegazzini y Perito Moreno. Partiendo desde el Puerto Punta Bandera  y atravesando la Boca del Diablo se llega a los canales que los albergan. Durante el recorrido aparecen de menor a mayor los témpanos de extrañas formas y coloridos azules. El Upsala es uno de los más problemáticos porque sus desprendimientos imposibilitan muchas veces la navegación. Por muy mal tiempo el barco ni siquiera logró acercarse. Era una lucha contra el viento. “¿Paso yo o vos?”. El final fue totalmente predecible, hubo que desistir. Aún así, con niebla densa y lluvia pudimos disfrutar de los otros dos gigantes que esperaban. En ese mundo bajo cero, conocimos las facetas distintivas del parque nacional. La versión largo hecha hielo del Spegazzini, descendiendo por la montaña alcanza los 135 mts de altura; y la cara norte del Perito Moreno poniendo el pecho frente al avance, con una extensión de 5 km, y secretos de lagos y grietas en sus entrañas.
La excursión dura todo el día y es ahorcada para presupuesto mochilero, pero en mejores días debe realmente valer la pena.

Por el túnel de los témpanos

Spegazzini

Desperté saltando de la cama, era el día destinado a conocer el Perito Moreno. Miré por la ventana y la magia apareció. Calafate se emblanqueció. Salí rápido a imprimir mi huella y manosear manosear la nieve, como si para mis manos no fuera real. 
De camino al Parque Nacional, a medida que el amanecer marcaba su paso, los colores azules y blancos se adelantaban sobre cualquier intento de verde. Fuimos pocos los corajudos, que no se aguantaron las ganas de esperar el calor del sol, y comenzamos a caminar por las pasarelas. Cada dos por tres la caminata nos sorprendía con una nueva mirada ganadora del glaciar, o nos metía dentro de un tupido bosque de lengas, o nos envolvía con el lago. 
El recorrido hizo un parate cuando mis dedos dolían mucho del frío. 
¡Porteña a la vista! Me llevé guantes de lana que usaba cuando iba al cole y no paré de agarrar cuanto pilón de nieve había y limpié todos los pasamanos armando granadas para el cielo o para Cristian. Además tengo esa cosa de tragicomedia que me lleva a recordar historias, y mi cerebro no se pudo aguantar. Imaginaba mis manos de color negro al borde del congelamiento lo que me provocaba más dolor. Mejor unos mates calentitos con algo para comer y después una segunda vuelta. Ya con más gente, pero con la mirada y el oído en alerta para captar esos gruuuuuu, y colores de cielo.







No estaba en nuestros planes pero después de la nevada el cielo estaba azulísimo y el sol brillante, y fuimos a conocer el Chaltén. Varita mágica de por medio, cuando llegamos, el Fitz Roy estaba despejado modelando sus aristas. Nos contaban, que a veces en verano y durante toda una semana hay gente que se va sin verlo.
Fuimos a la laguna Capri, uno de los pocos senderos que el guardaparque nos había autorizado. El trekking es de ensueño, y es uno de los tantos que se pueden hacer. Subiendo apenas unos metros ya se observa una vista panorámica del valle, con el río bailoteando en sus profundidades, custodiado por áridos cerros y montañas de invierno. Luego el sendero nos metió dentro del bosque a oler y escuchar las aves, mientras tanto el Fitz Roy se asomaba cada tanto recordándonos que es el más bello. 
Me fascinaron los pájaros carpinteros, nunca los había visto tan de cerca y menos maniobrando la madera. Encontramos dos machos, que se los reconoce por su cabeza roja. 
Las aves junto con los peces se están convirtiendo en mis animales preferidos, son muy variadas, de muchos colores, verlas quietas o volando me serenan y tienen ese mensaje continuo de libertad.
El camino, algunos tramos congelados, nos tomó una hora. Llegamos a la laguna y ahí estaba en pausa. Un paisaje de infinitos grises, como los bosques navideños del hemisferio norte. 
Elegimos un claro, con vista al lago y al Fitz Roy y ahí nos quedamos.













Después de estos increíbles encuentros con la naturaleza, nos dedicamos a recorrer el pueblo. Volvimos a pasear por la costanera, nos encontramos con los flamencos y otras aves. A esta altura del año, el sector de la bahía del lago acostumbra a estar congelado y los flamencos migrado. El deporte preferido en invierno es patinar sobre el lago y hubiese sido muy divertido poder hacerlo.








Calafate está cada vez más poblado y con ello surgen las necesidades a cubrir, pero también ambiciones económicas. Todo lo que hacemos tiene un impacto. 
Nos hablaban del temor por los futuros proyectos pensados alrededor del parque de Esquí que hoy existe, con el fin de impulsar el destino turístico durante el invierno. Emprendimientos de esta magnitud pueden alterar el equilibrio del frágil ecosistema y a la larga terminan beneficiando a grandes empresarios. 
A nosotros no nos interesó ir a conocerlo. No creo que le haga falta a Calafate, que goza de tranquilidad y gigante belleza natural. No estuvimos en temporada alta, pero lo que vimos no lo había imaginado ni en fotos. Durante el invierno el paisaje se re convierte. A veces el corto tiempo y el querer absorber lo máximo posible lleva a  jugar una especie de búsqueda del tesoro, mirando sin ver, yéndonos sin siquiera llevarnos la memoria del olor, del ruido o no ruido. Ni las fotos, ni la internet serán capaz de retrotraerme a ese  instante, sino la conexión en espíritu y cuerpo, viviendo el presente para el presente. ¡Me quedo con su Magia Blanca eterna!