Suave, chévere, huele a café y
sabe a mar.
La amabilidad y el cariño de
su gente son su sello característico, evidencia sensible ante los estereotipos
que imponen los diarios y películas sobre guerrillas, secuestros, asesinatos y
narcotráfico.
Bogotá fue el “érase una vez”.
Ciudad para combinarse con la cultura, las comidas, la historia y olvidarse del
frío. 20 grados es el punto más bajo que alcanzan los termómetros en esta
región del mapa, el resto del país se pone caliente a su paso.
Hicimos base en su barrio
antiguo, La Candelaria, donde la expresión artística reluce al caminarla, la
música se asoma desde las puertas y la gente se reúne a charlar con la excusa
de un café. Vecina a ella se encuentra la plaza principal Bolívar, mediadora
entre los edificios más importantes de la capital, la catedral, el capitolio,
el palacio de justicia y la alcaldía. Resultó no-pintoresca, quizá por su avaricia
de verde o por la infinidad de palomas que la habitan y pintan el cemento con
sus desechos sin dejar baldosa invicta.
Inevitable fue el paso por el museo
de Botero, experiencia para colarnos en el mundo de las artes
plásticas. Somos ignorantes en la materia pero el estilo propio del artista sin
complejo físico, con sus madonas contemporáneas, sus colores vivos y sus
exageradas esculturas, da ganas de pellizcarlo todo y las curvas lo terminan a uno enamorando. Su obra es extensa y a la
vez posee grandes colecciones. Sin ir más lejos en el parque Thays existe una
de sus esculturas más famosas “Torso Masculino Desnudo”.
Un toque fuerte, no? Bueno es algo frecuente aquí. |
Mona Lisa a la Colombiana |
Nos relajamos mucho al llegar,
el buen aura del hostel nos incitó a querer salir sin apuro empezando por la
región de Antioquía o mejor conocida como “Paisa”. Salento solo queda a 400km
aproximadamente de Bogotá. Con intención de aprovechar el tiempo para leer o
decidir cuales podrían ser nuestros próximos destinos acordamos irnos cuando el
viento invite. ¡Mala mala elección!. Salimos al mediodía, a la cuarta hora ya
lo habíamos hecho todo y el resto se volvieron de ansiedad. A la quinta hora el
micro hizo una parada para almorzar a tan solo 120 KM DE DISTANCIA. “¿Por qué?”. “¡Si solo es un cachito más!”. “¡No
pare chofer!”. Ruta recta no es lo mismo que de montaña (obvio, no?, la
vibra de viajar nos distrajo) . Entonces lo que esperábamos que fuera tan solo
2 horas más, terminó superando su dupla, llegar a destino nos llevó 10 horas. Desde
ahora MICRO NOCTURNO.
El cansancio y el pésimo humor
en ese momento fueron nuestra carta de presentación, pero no inhibió a una
amable mujer que en el último transbordo nos empezó a ofrecer los servicios de
su hospedaje. Nuestra mirada prejuiciosa nos hizo desconfiar un poco de la
oferta pero aceptamos al menos ir a conocerlo. ¡No hay mal que por bien no
venga! Conocimos así la casa de una familia hermosa, que ladrillo a ladrillo va
ampliando su lugar y remontando su negocio. Hacer nuestro “off the beaten
track” es siempre más interesante.
Montaña, río, cafetales, vacas,
caballos, palmeras, días aislados en la tranquilidad paisa y su bello paisaje.
Nos recordaron un poco a nuestros pueblos del interior, silencio que ensordece
al mediodía, lo libre de caminar por el medio de la calle sin limitarnos al
ancho de una vereda, embarrarnos los pies, subirnos a una tranquera para ver más
allá, despertarnos con los gallos, escuchar el chasquido del agua cayendo por
el río y desviar la ruta con el afán de encontrar el mejor lugar para tomar
unos mates.
Estando en el eje cafetero del
país no pudimos no ir a conocer su proceso productivo, para lo que fuimos a la
finca Las Brisas, donde una familia cultiva café orgánico básicamente entre el
resto de sus alimentos.
Un día de sol resplandeciente
fuimos al Valle de Cócora, refugio de palmeras altísimas, árbol nacional del
país. Nos metimos en el campo, saltando charcos, haciendo competencia de
mugidos con las vacas, parando cada tanto para absorber la calma, y el valle nos
devoró. Caminamos mucho y llegamos a una especie de punto final, un cartel nos
indicaba para arriba, pero al subir se empezó a poner gris y lo obvio pasó.
Empapados en la cumbre, en una ideal casa de campo, nos amontonamos contra el
alero para evitar seguir mojándonos con la esperanza de la vista panorámica
prometida pero las nubes subversivas se aferraron a la montaña, y ante el
rendimiento de un pronóstico poco variable comenzamos a bajar. En la retirada queriendo
prolongarla pudimos encontrar un claro en el cerro que nos sedujo. De repente estamos parados en un balcón verde, con un telón de niebla que de a poco empezó
a desfilar palmeras, “¡que apuro!”, la
función estaba por empezar.
Se vino el turno de la playa. Decidimos
darle un empujón al viaje comprando un vuelo a Cartagena desde Medellín. En
Colombia la oferta de precios de vuelos es notablemente competitiva con la de
los micros, así que hasta Siempre Salento.
Medellín es una de las ciudades
comerciales más importantes de Colombia, centrada en un valle, con edificios exuberantes,
centros comerciales, el famoso Metro que la recorre a lo largo y barrios que se
van estableciendo en las laderas formando una metrópoli de plano inclinado. Por supuesto con
sus dramáticos contrastes también, no por nada fue allí donde se vivió gran parte de la
historia del narcotráfico. Este triste pasado llega también como oferta turística. Mirando
la cartelera del hostel con la itención de buscar imágenes que nos anticipen los
lugares para conocer, nos topamos con el anuncio de una excursión poco esperada, la posibilidad de entrevistarse con el hermano de Pablo Escobar, ver la casa y auto con el que realizaba el transporte de droga, entre otras cosas. Sin querer juzgar, para nuestra óptica no era una opción.
Existe mucha biografía al respecto con la cual uno puede intentar comprender el
contexto, algunas causas y por sobretodo darse cuenta lo mucho que sufrió el
pueblo colombiano y que sigue sufriendo con la actual discriminación. El narcotráfico
fue y sigue siendo un negocio mundial, quizá en esta región del mapa
encontraron una beta durante un tiempo.
El libro que me supieron
recomendar y que leí es “La Parábola de
Pablo” de Antonio Salazar, se dice que inspiró la serie "El Patrón del Mal".
¡QUE
C A L O R!.... (y nos quedamos sin aire otra vez)….Nunca habíamos estado en el
Caribe pero creemos que Cartagena lo debe representar muy bien. Recorriendo los
distintos climas de un país uno tiene la oportunidad de distinguir el cambio
cultural que lo acompaña. Otra de las maravillas de viajar es toparse una y
otra vez con el concepto de que ni siquiera nos parecemos dentro de los límites
geográficos, la belleza en la desigualdad.
Acá la gente se sonríe de otra
forma, la música suena y calca más hondo,
el calor libera las vergüenzas y pone a todos a bailar con las bandas improvisadas de cumbia
y son. La bienvenida fue un viaje en colectivo desde el aeropuerto hasta el
hospedaje, una especie de autitos chocadores, la primera y el freno sutilezas,
la música al ritmo del motor. ¿Lo mejor?, nadie se quejaba por el poco tacto
del chofer, todo el mundo reía y sino se acomodaban en el asiento, creímos
estar en una película de la que éramos parte de la escena y la banda sonora.
Poquísimo averiguamos de los
lugares, nos dejábamos llevar por la marea de sorpresas. Escuchamos que en el
barrio de Getsemaní se ofrecía hospedaje y allá fuimos. Ni sabíamos de la
posibilidad de quedarse dentro de la ciudad amurallada, mejor, ya que así no
prestaba a confusión. Es muy bonita, pintoresca, de día la visita es esencial,
de noche iluminada también y con muchas ofertas gastronómicas para los de buen presupuesto en poco tiempo, pero nos
quedamos con la opción más cercana a la gente y el barrio.
En Getsemaní mientras tanto las
noches en la plaza San Francisco fueron de las más memorables, espectáculos
callejeros, clases de baile, conversaciones SUAVES con la
gente, y los infaltables carritos de comida dotando de provisiones para los que
querían, como nosotros, hacer de la plaza su cena a la luz de las estrellas.
A hora y media de bote desde
Cartagena se llega a la Isla de Barú. Pero no, espere un chachito que la
opción más económica es la multiplicidad de medios de transporte, empezando por
un largo viaje en colectivo hasta una especie de polo industrial (“¿realmente estamos
en camino a una playa de agua transparente?”). Siguiendo con el ferry que en un
abrir y cerrar de ojos cruzó el canal, y por último el espectacular viaje en
moto con la mochila grande (genial idea) que nos hacía sentir que teníamos a 5
personas tirando de nuestras espaldas por el viento jugando en contra. Por
momentos pensé que las fuerzas no me iban a dar más y en cualquier momento me
hacia parte del camino, pero calladita me banque las tantas ganas de pedirle al
hombre un descanso…todo sea por dos días perdidos en Playa Blanca.
A la isla de Barú una oración
le queda corta, pero muchas palabras carecen igual de sensaciones. Playa blanca,
agua muy turquesa, noches en hamacas paraguayas, olas de arrorró, pescados y
frutas, libertad en la brisa, sonrisas en la caída del sol, regresión a la
esencia y paz interior, son las palabras que resurgen ante nuestros recuerdos.
Cuando surgió la idea de venir a Colombia muchos nos hablaron de lo lindo de Santa Marta, de lo pintoresco de Cartagena, de lo interesante de Bogotá y Medellín. Solo uno me dijo, “no te digo nada solo anda a Cabo de Vela”, y así picamos el anzuelo de esa solitaria recomendación. A las palabras escritas en el google le sucedieron una secuencia de ellas, desierto a orillas del mar, habitado en su mayoría por la comunidad wayuú. ¡No queríamos saber más, solo ir ahí!
Cuando surgió la idea de venir a Colombia muchos nos hablaron de lo lindo de Santa Marta, de lo pintoresco de Cartagena, de lo interesante de Bogotá y Medellín. Solo uno me dijo, “no te digo nada solo anda a Cabo de Vela”, y así picamos el anzuelo de esa solitaria recomendación. A las palabras escritas en el google le sucedieron una secuencia de ellas, desierto a orillas del mar, habitado en su mayoría por la comunidad wayuú. ¡No queríamos saber más, solo ir ahí!
El clima del desierto siempre
nos genera mucha curiosidad. Su comportamiento extremo, el saber que nunca
llueve, la poca y misteriosa vida que hay en él.
Cabo de la Vela es un pueblo
que se encuentra en la península de la Guajira, ya muy cerca de Venezuela.
Habitado en su mayoría por comunidades originarias como los wayuú. Hace apenas
unos años este lugar comenzó a recibir al turismo pero el “difícil” acceso lo
convierte en una opción poco viable para muchos. Para nosotros sus limitaciones
para llegar forman parte de la fascinación, en uno de los transbordos pudimos
viajar con un maestro con quién estuvimos hablando bastante de la situación de
la región, de Colombia y hasta incluso de cómo él veía a Argentina.
Los chicos tienen la posibilidad de asistir a la escuela donde no solo aprenden la educación que nos dieron a nosotros sino también su propia cultura, gran aporte para su preservación, básicamente con ellos es con quién uno se comunica. Los hombres se dedican mayormente a la pesca y las mujeres a tejer. La particularidad de la vestimenta de las mujeres con sus túnicas coloridas y las especies de chancletas típicas pero donde también la globalización se supo imponer con marcas características como mallbohoro, pumma…etc. Antiguamente era un pueblo nómade dado a lo inhóspito del clima. Probablemente los que nosotros conocimos son los más acostumbrados al turismo, por eso insistimos que el camino para llegar es una oportunidad para toparse con los que viven más adentro, en las rancherías. En uno de esos viajes íbamos nosotros solos con Fredo que con mucho orgullo nos contaba sobre la región, nos mostró su casa y desde que lo conocimos nos repetía y repetía lo fuerte de su camioneta para esos caminos que dan risa de los saltos que generan. Sentimos que él tiene razón, indiscutidamente el camino le pertenecía a el.
Los chicos tienen la posibilidad de asistir a la escuela donde no solo aprenden la educación que nos dieron a nosotros sino también su propia cultura, gran aporte para su preservación, básicamente con ellos es con quién uno se comunica. Los hombres se dedican mayormente a la pesca y las mujeres a tejer. La particularidad de la vestimenta de las mujeres con sus túnicas coloridas y las especies de chancletas típicas pero donde también la globalización se supo imponer con marcas características como mallbohoro, pumma…etc. Antiguamente era un pueblo nómade dado a lo inhóspito del clima. Probablemente los que nosotros conocimos son los más acostumbrados al turismo, por eso insistimos que el camino para llegar es una oportunidad para toparse con los que viven más adentro, en las rancherías. En uno de esos viajes íbamos nosotros solos con Fredo que con mucho orgullo nos contaba sobre la región, nos mostró su casa y desde que lo conocimos nos repetía y repetía lo fuerte de su camioneta para esos caminos que dan risa de los saltos que generan. Sentimos que él tiene razón, indiscutidamente el camino le pertenecía a el.
José Miguel de 10 años el 23
de Marzo 2013 escribió en mi cuadernito un mini vocabulario Wayuú (no vamos a
coartar inspiración, por lo que no corregiremos ortografía):
Hola
= JAMAYAPIHS
Chao
= OUCTALLO
Amigo
= TALEWAI
Comidas
= TECUIN
Amor
=TAWAYOUSE
Pies
= Tovin
Con el paso de los días, el
clima se estaba tornando poco amistoso, se acercaba semana santa y la idea de ir
al parque Tayrona se volvió un tanto caótico. El parque está ubicado en la región
del Caribe próximo a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde la nieve y el mar
cálido se hermanan en pocos kilometros. Son miles de hectáreas de playas selváticas y bravas,
dueñas de su lugar, tanto que hay sectores en donde está prohibido bañarse por
lo peligroso del mar.
Entre una muchedumbre pudimos
con suerte conocerlo pero el chaparrón nos acorto los días y preferimos
despedirnos de la playa que estar en la ida y vuelta desde la hamaca hasta la
playa, de la playa hasta la hamaca.
Nuestro último
paseo, previo a Bogotá, fue la ciudad de San Gil desde donde conocimos el gran
cañón del Chicamocha, según dicen es el segundo más grande después del
Colorado, fuimos con la intención de caminar pero nos encontramos en una
especie de parque de diversiones que cuenta con un fantástico mirador 360º, no
era lo que esperábamos pero la ruta de ida y de vuelta y el viaje en teleférico
bastaron para demostrar la belleza del lugar. También visitamos el pueblito de
Barichara, de estilo colonial y natural, dando un cierre a los días de
tranquilidad ponderada, dándonos el último rezo y meditación final en este viaje,
y suavamente nos fuimos de Colombia.